EL AMANECES DE ROMA

Para los griegos eran los Tyrrhenoi, y para los latinos, Tusci o Etrusci, pero en su propia lengua los etruscos se llamaban Rasna. Inicialmente, el territorio de Etruria incluía la Toscana, el norte del Lacio y parte de Umbria. Más tarde, gracias a una exitosa expansión comercial y política, los etruscos llegaron a conquistar también la Campania, al sur y el valle del Po al norte.

A la época villanoviana (siglos X – VIII a.C.), caracterizada por una sociedad igualitaria, le siguió el llamado periodo orientalizante (siglos VIII – VI a.C.), en el que los contactos comerciales con griegos y fenicios influyeron en la sociedad etrusca, sobre todo en la transmisión de nuevos modelos culturales. Fue en esta fase cuando comenzó a producirse la primera división clara en clases sociales con la aparición de núcleos familiares hegemónicos y la importación de bienes y productos de lujo de los países de Oriente Próximo y Grecia, como joyas preciosas, vasijas de plata o bronce, objetos de marfil y cerámica decorada.

Con la época conocida como Arcaica (siglos VI – IV a.C.) los grandes centros urbanos se consolidaron y organizaron como verdaderas ciudades-estado independientes. Sin embargo, sus enfrentamientos y divisiones políticas les resultaron fatales ya que, incapaces de establecer alianzas duraderas entre ellas, cayeren una tras otra bajo las acometidas de Roma.


Los etruscos representan la primera gran civilización de la antigua Italia, no sólo por su patrimonio cultural y tecnológico, sino también por su organización social. Durante el periodo villanoviano (siglo IX – VIII a.C.), la sociedad se organizaba en aldeas de cabañas sin distinciones sociales evidentes. Sólo en el posterior periodo orientalizante (finales del siglo VIII – principios del siglo VI a.C.) se asiste a la progresiva aparición de núcleos familiares hegemónicos, que basaban su poder en la propiedad de la tierra y el control del comercio, Estos "Príncipes", al entrar en contacto con los reinos de Oriente Próximo, adoptaron sus modelos culturares y hacían ostentación de su poder construyendo tumbas monumentales enriquecidas con muebles lujosos. Con la época arcaica (siglo VI – primera mitad del siglo V a.C.), se produjo un progresivo fraccionamiento de la estructura nobiliaria, y por tanto, del poder.

Los asentamientos se rodearon de murallas y se construyeron grandes templos públicos. Las nuevas aristocracias son las urbanas, vinculadas a las actividades productivas. En el siglo V a.C., y sobre todo a partir del 474 a.C., con la derrota de los etruscos en Cuma a manos de los siracusanos, se inició un periodo de regresión económica que propició el surgimiento de las clases "medias": éstas serán las protagonistas de los posteriores periodos clásicos-helenisticos (siglo V – principios del I a.C.)

A finales del siglo VII a.C., los grandes asentamientos se amurallaron y se convirtieron en verdaderas ciudades-estado. En esta fase, el territorio de Etruria estaba dividido entre 12 ciudades, cuyos representantes se reunían anualmente en una sede común, el santuario de Fanum Voltumnae, situado en Orvieto. Las "alianzas" entre las ciudades sólo se referían a las verdadera unidad política. La llamada Dodecápolis etrusca incluía Caere, Tarquinia, Vulci, Roselle, Vetulonia, Veio (más tarde Populonia), Volsinii, Chiusi, Perugia, Cortona, Arezzo y Volterra.

Las ciudades se convirtieron en el foco del desarrollo socioeconónico y cultural de la nueva clase dirigente, una clase aristocrática urbana que controlaba el poder a través de las actividades productivas. Esta transformación se ve también reflejada en las necrópolis: los túmulos monumentales que exaltaban a las gentes ricas fueron desapareciendo, y se construyeron tumbas de idéntico tipo, destinada a unidades familiares más pequeñas.

Urna cineraria con relieve de Ulises y las sirenas.
Volterra
Alabastro
Segunda mitad del siglo II a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci.


Las urnas en alabastro de Volterra representan una de las producciones más significativas de la edad helenística de la Etruria septentrional. Al estar decoradas con escenas de la vida cotidiana o con episodios tomados de la mitología griega, constituyen uno de los aparatos iconográficos más ricos, junto con los frescos.
Ésta representa uno de los episodios más notorios de a Odisea; Ulises durante su viaje de regreso a su patria al final de la guerra de Troya encuentra a las sirenas, seres fantásticos con forma femenina que, sentadas en las rocas, cantan melodías mágicas atrayendo a los marineros y devorándolos después. Ulises, curioso por escuchar su canto, tapa con la cera los oídos de sus compañeros para que continúen remando y se hace atar al mástil del barco para escuchar el canto mágico sin ser inducido a seguirlo.

Los enterramientos etruscos se distinguen desde la época villanoviana por la presencia de armas entre los componentes del ajuar funerario, lo que denota el tradicional deseo de identificar a los difuntos como guerreros.

A finales del siglo VIII a.C., con la aparición de la clase aristocrática "principesca", los entierros se hicieron más imponentes y la exhibición de armas se convirtió en un símbolo de ostentación de poder. La función principal de las ricas panoplias, con cascos, escudos, espinilleras (grebas) y lanzas, a menudo acompañadas del carro de dos ruedas, era señalar el alto rango del difunto.

Un objeto emblemático es precisamente el carro, similar al modelo griego, que servía al príncipe como medio de transporte para llegar al campo de batalla, donde luego se enfrentaba al enemigo en un duelo a pie.

En la Edad Arcaica, a partir del siglo VI a.C., la progresiva diversificación de la sociedad cambió también la concepción de la guerra. Ya no son los Príncipes los que van a la batalla, sino los hombres, dispuestos en filas alineadas y equipados con armamento homogéneo. Esta será la forma de armarse y luchar, según el modelo de la falange hoplítica griega, que Etruria transmitiría a Roma.

Yelmo de cuerpo hemisférico
Tarquinia
Bronce
Primera mitad siglo VIII a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional
                                       

                        Yelmo de cuerpo hemisférico
Procedencia desconocida
Bronce
Mediados del siglo VII a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional


 

Tapa de urna cineraria con representación femenina
Volterra
Alabastro
Siglo II a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

En las tapas de urnas y sarcófagos se suele representar a los difuntos en un banquete, semirreclinados sobre el kline, ricamente vestidos.




Objetos de menaje
Cerámica
Finales del siglo VI a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Navional









 

Crátera de barniz negro
Volterra
Cerámica
Segunda mitad del siglo IV a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

En los banquetes etruscos, como en los griegos y luego en los romanos, el vino se bebía mezclado con agua, muy probablemete debido a su alto grado de alcohol. Por eso, la crátera se puede considerar como el vaso más importante del simposio, donde se mezclaba el vino con el agua y donde los siervos sacaban la bebida para servir en las mesas.



Tapa de urna cineraria con representación femenina
Volterra
Alabastro
Siglo II a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

Sobre la base. Como ocurre a menudo en las urnas cinerarias, se encuentra una inscripción grabada con el nombre de la difunta: larthi, cracnei, larisal, ril, LXXV = nacida hace años. (el texto está escrito al revés)


Caja de cosméticos con forma de carnero (Aries)
Bolsena
Madera
Siglos III-II a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional



Caldero
Orvieto
Bronce
Tercer cuarto del siglo VI a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional

Los recipientes de esta forma. Globulares, se utilizaban para hervir la carne.                                       

                        Cazuela
Bronce
Segundo cuarto del siglo VI a.C.
Florencia, Museo Arquológico Nacional

La cazuela se recuperó rellena de huesos de aceituna, por lo que puede interpretarse como un recipiente relacionado con el banquete. Se trata de una de la pruebas directas más antiguas del cultivo del olivo en Etruria.


      

El panteón etrusco está influenciado por muchos factores diferentes, algunos procedentes del mundo itálico, otros de Oriente y de Grecia. En la época más antigua se atribuía un papel fundamental en el ámbito religioso a las fuerza elementales de la naturaleza, no antropomorfizadas. Fueron los contactos culturales con el mundo griego los aque produjeron una helenización radical del Panteón, como se desprende también de la tradición iconográfica, hasta el punto de que las divinidades etruscas asumieron los mismo aspectos y prerrogativas que los dioses griegos, posteriormente asumidos también por los romanos.
A pesar de que las principales divinidades del Panteón etrusco derivan del griego, permanecían figuras divinas de claro origen itálico, como CULSANS (lat. Ianu/i>s), SELVANS (lat. Silvanus) y VOLTUMNA (lat. Vertumno).


Estatuillas de Tinia, Menerva, Laran y Herole
Bronce
Finales del siglo VI a siglo V a.C.
Florencia, Museo Arqueólogo Nacional



Los etruscos estaban convencidos de que los hombres debían cumplir la voluntad de los dioses en todo y para ello era necesario entender las señales que les enviaban. De esta tarea se encargaba una clase especifica de sacerdotes, los arúspices, que realizaban complejos rituales basados en conceptos cosmológicos y conocimientos naturales. La Aruspicina se ocupaba de todas las artes adivinatorias: desde la observación de las vísceras de los animales sacrificados, en partículas el hígado, hasta la interpretación de los rayos y los prodigios en general, desde el vuelo de los pájaros hasta el humo del incienso quemado.
La práctica de los exvotos tenían un papel central en el ámbito del culto religioso etrusco. Se donaban objetos de todo tipo a los dioses, bien para pedir una gracia o agradecer que la hubieran recibido. Se trata de estatuillas de bronce que representan a diversas deidades, figuras de oferentes, animales, pero también exvotos anatómicos, generalmente vinculados a deidades relacionadas con la esfera de la salud y la fertilidad.


El objeto reproduce el hígado de una oveja en sus articulaciones anatómicas: la superticie interior está dividida en cuarenta sectores, cada uno de los cuales lleva el nombre de la deidad que lo preside. Esta definición de los espacios permitía la localización, y por tanto la interpretación, de los signos enviados por los dioses. El modelo podría haber sido una ayuda mnemotécnica para el arúspice, o más bien una ayuda didáctica para los que aprendían la "disciplina etrusca".


El hígado se subdivide en secciones con el fin de realizar arúspice (hepatoscopia); las secciones están inscritas con nombres de deidades etruscas individuales. El hígado de Piacenza es un paralelo conceptual sorprendente a los modelos de arcilla de hígados de oveja conocidos del Antiguo Cercano Oriente, reforzando la evidencia de una conexión (ya sea por migración o simplemente por contacto cultural) entre los etruscos y la esfera cultural de Anatolia. En el Museo Británico se conserva un modelo babilónico de arcilla de un hígado de oveja que data de la Edad del Bronce Medio. El hígado de Piacenza es paralelo al artefacto babilónico al representar las principales características anatómicas del hígado (la vesícula biliar, el lóbulo caudado y la vena cava posterior ) como protuberancias esculpidas.
El borde externo del hígado de Piacenza se divide en 16 secciones; ya que según el testimonio de Plinio y Cicerón, los etruscos dividieron los cielos en 16 casas astrológicas, se ha sugerido que se supone que el hígado representa un modelo del cosmos, y sus partes deben identificarse como constelaciones o signos astrológicos. Cada una de las 16 casas era el "lugar de residencia" de una deidad individual. Los videntes, por ejemplo, sacarían conclusiones de la dirección en la que se vieron los rayos. Los relámpagos en el este fueron auspiciosos, los relámpagos en el oeste desfavorables. Stevens (2009) supone que Tin, el dios principal del relámpago, tenía su morada en el norte, ya que los relámpagos en el noreste fueron los más afortunados, los relámpagos en el noroeste fueron los más desafortunados, mientras que los relámpagos en la mitad sur de la brújula no son un presagio tan fuerte.


Las tumbas ofrecen información importante sobre las creencias etruscas respecto al destino de los hombres después de la muerte. Como todas las antiguas civilizaciones mediterráneas, los etruscos creían en la continuidad del más allá. Por esta razón, las tumbas etruscas reproducen las viviendas de los vivos y se llenan con el mobiliario y los objetos de uso común: así, incluso en la otra vida, el difunto permanece rodeado de sus joyas y sus "insignias". Sin embargo, el deseo de sus familiares es también que su memoria perdure. De hecho, los muertos se reproducen a menudo en las tapas de las urnas o sarcófagos, y también se han atestiguado numerosos vasos, los llamados botes canopos, destinados a dejar intactos los rasgos del rostro. Poco a poco, la influencia de la civilización griega demonizará la escatología primitiva, es decir, la antigua concepción del destino de los hombres. El inframundo se convierte en un mundo subterráneo, oscuro, sin esperanza y cerrado por puertas pesadas, donde las almas son segregadas y separadas permanentemente del mundo de los vivos. El reino griego de las almas influye en el más allá etrusco y lo puebla de divinidades ctónicas (del inframundo), de recuerdos violentos de héroes, de espíritus alados de la muerte y de horribles demonios.


Tapa de urna cineraria con Arúspice
Volterra
Alabastro
Primeras décadas del siglo VI a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

La tapa representa una figura masculina recostada, con túnica y manto y una corona alrededor de la cabeza, que sostiene un hígado de animal en su mano izquierda. El insólito atributo, único en la producción de Volterra, identifica la función religiosa del personaje, claramente identificado como un arúspice, un sacerdote experto en el arte de la adivinación, que obtenía auspicios de la lectura de las entrañas de los animales sacrificados, en particular del hígado.


Las ceremonias fúnebres se dividían en momentos precisos: el cortejo fúnebre, la exhibición del cadáver, el banquete en honor del difunto y, por último, el entierro propiamente dicho con la colocación del ajuar funerario.
Los usos funerarios incluían dos formas, según la épocas y las zonas: la incineración y la inhumación. Las dos prácticas reflejan concepciones y creencias diferentes. En la inhumación hay una evidente intención de respetar y preservar el cuerpo del difunto, que se ha enterrado con sus ropas y ornamentos. La cremación, en cambio, es un rito que acentúa la clara ruptura que representa la muerte: el cuerpo se disuelve en el fuego y el propio equipo funerario adquiere un carácter más marcadamente simbólico.
En el perioso villanoviano (siglos IX – VIII a.C.) las tumbas eran simples, individuales, en forma de fosa o pozo. En los siglos siguientes, por el contrario, se impusieron las tumbas de cámara, cada vez más articuladas, destinadas a albergar a familias enteras.


Urna cineraria bicónica con yelmo crestado
Cerámica tipo impasto, bronce



Sarcófago
Tuscania, necrópolis de Rosavecchia
Tumba 1 de la familia tatiane
Terracota policromada
Último cuarto del siglo II a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional

A partir de la segunda mitad del siglo III a.C. la producción de sarcófagos de arcilla se desarrolló en Tuscania, sustituyendo paulatinamente a los ejemplares de piedra. Los monumentos ocupaban las grandes tumbas subterráneas de las familias aristocráticas locales. En la tapa suele aparecer la figura del difunto en posición recostada o supina.


Vaso canopo entronizado en ajuar funerario
Bronce
Chiusi, Poggio alla Sala
Primera mitad del siglo VII a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacinal

La urna cineraria que simboliza al difunto, está deprovista de la cabeza, de la que sólo se conservan los ojos de hueso (no mostrados en la fotografía), mientras el resto de la máscara original se ha perdido. Está colocado en una silla frente a una trapeza rectangular, señalando al difunto como participante en el simposio, lo que nos da una confirmación más del hecho de que, en el periodo orientizante, antes de que los contactos con el mundo griego se hicieran consistentes, los príncipes etruscos todavía festejaban sentados, como los héroes homéricos.


Urna cineraria arcaica
Chiusi
Finales del siglo VI a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional

Urna apoyada sobre dos soportes en forma de Aqueloo agazapado, tapa con techo desplazado, decorada en la líma por dos leones. En los lados largos están representados en bajorrelieve, en el anverso, una escena de prótesis, con exposición del difunto y luto funerario. En el lado opuesto, una carrera de trigas alusiva a los juegos funerarios. En los lados cortos, sin embargo, hay escenas de banquetes, muy comunes en el repertorio de relieves de urnas arcaicas.


Vaso canopo con figura femenina.
Castiglione del Lago
Cerámica tipo impasto
Segundo mitad del siglo VII a.C.
Florencia, Museo Arqueológico Nacional

La producción de estos cinerarios antropoides, típicos de la zona de Chiusi, se remonta a la segunda mitad del siglo VII hasta el avanzado siglo VI a.C. El objetivo de la antropomorfzación es devolver al difunto la integridad física perdida con la cremación. Los vasos canopos femeninos se identifican por tener indicados pequeños pechos estilizados y los lóbulos de las orejas perforados.


Urna cineraria con escena de sacrificio
Volterra
Alabastro
Sigo II a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

En el anverso hay una escena con dos prisioneros como protagonistas: a los lados de un santuario, dos jóvenes están sentados con las manos atadas y una sacerdotisa les vierte liquido en la cabeza con un fial. Los jóvenes están sentados en un difros, lo que indica su alto esatus social. Este particular asiento plegable era, de hecho, una de las insignias de quienes ejercían el poder judicial y ejecutivo.


En la imaginería iconográfica etrusca, la inminencia de la muerte está simbolizada por la presencia de demonios infernales. Vanth y Charun son los principales seres infernales de la demonología etrusca: Wanth se representa con grandes alas, una antorcha y el pergamino en el que se escribe el destino del difunto. Charun, asimilado al Caronte de la tradición griega, se representa con barba, nariz aguileña y orejas puntiagudas, y sostiene un martillo en la mano, su símbolo como guardián de las puertas del Hades.
En el imaginario etrusco estaba muy extendida la idea de que el hombre después de la muerte debe de emprender un viaje para llegar al inframundo. Las urnas cinerarias de Volterra muestran a menudo la escena del fallecido que deja a su familia. Acompañadas por Vanth o Charun, las almas de los difuntos emprenden su último viaje, en carro, a pie o a caballo, saludadas por los seres queridos que dejan en la tierra. Las fronteras sin retorno entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
En Roma, en el siglo VI a.C., el poder político estaba en manos de familias de origen etrusco, como demuestran los nombres de los últimos reyes: Tarquinius Priscus, Servius Tullius, Tarquinius Superbus. A pesar de que el dominio etrusco sobre Roma terminó con la expulsión del último rey, parece que durante todo el siglo V a.C. persistió un importante equilibrio de poder entre etruscos y romanos. No fue hasta el siglo IV a.C. cuando comenzó la expansión romana, dirigiéndose en primer lugar hacia Etruria, enfrentándose y derrotando a la cercana ciudad de Veio en el año 396 a.C. El proceso de romanización fue lento y progresivo: entre la segunda mitad del siglo IV y las primeras décadas del siglo III la mayoría de las principales ciudades etruscas ya estaban incorporadas a la órbita de Roma. El proceso de romanización concluyó en el siglo I a.C. con la definitiva asimilación social, política y territorial de todas las ciudades etruscas y la Lex Julia de Civitate, que marcó el fin de las autonomías regionales de la antigua Italia.
A partir de ese momento, el latín se convirtió en la lengua oficial de toda la península italiana.


Urna cineraria con escena de triunfo
Volterra
Alabastro
Siglo II-I a.C.
Volterra, Museo Etrusco Guarnacci

En este caso la escena de la despedida adquiere un valor particular: el difunto es un magistrado y su viaje al Más Allá tiene lugar como si fuera una procesión triunfal. Su cuadriga está precedida por tres pares de personajes: dos auletas, un citarista y un trompetista, y, delante de todos ellos, dos líctores con fasces, considerados símbolos de poder ya en el período orientalizante. Siguieron representando las insignias de la autoridad civil y militar y fueron adoptados por los romanos. Entre los que se consideraban símbolos de autoridad, primero de los reyes y luego de los magistrados mayores.


Los romanos heredaron de los etruscos la mayoría de sus costumbres y simbolos.
De derivación etrusca son la silla curule —simbolo del poder judicial, inicialmente reservado para Reyes y más tarde para magistrados— y las fasces lictors —haces de varas de madera atadas con un hacha que se convirtieron en el signo de la autoridad romana—. También de origen etrusco eran la toga praetexta, la túnica púrpura utilizada por los magistrados supremos y los sumos sacerdotes, y la bulla, el colgante destinado a contener amuletos para proteger a los niños contra las fuerzas del mal. Sin embargo, la mayor influencia de los etruscos en los romanos se observa en el ámbito religioso. Las deidades romanas eran las mismas que adoraban los etruscos y de los que tomaron también las doctrinas augurales y la aruspicina, así como el lituo, el bastóin curvo del sacerdote, adoptado posteriormente por los augures romanosbr>.También son de origen etrusco el sistema numérico, la geometría, la topografía, la arquitectura, la música e incluso la actividad teatral y la organización de juegos. Sólo la lengua de los etruscos fue definitivamente oscurecida por los romanos sin dejar huellas.


Cabeza de Júpiter en un clípeo
Roma, Mercados de Trajano
Mármol
Época Romana Imperial
Florencia, Museo Arqueológico Nacional

Los retratos de un clypeus, es decir, dentro de un marco circular, son conocidos tanto en pintura como en escultura. Se utilizaban para personalidades que querían ser homenajeadas, pero también para retratos privados de ciudadanos. Dentro de los marcos circulares también se representaban cabezas y bustos de dioses.


Urna cineraria y tapa con un difunto transportado en carro
Volterra
Alabastro
Primera década del siglo II a.C.
Volterra, Museo Etrsco Guarnacci

En la tapa, hombre recostado. En la urna se representa el viaje del difunto al inframundo en un carro: una figura masculina, franqueada por un demonio, conduce una cuadriga al galope. Un demonio marino está tumbado bajo las patas de los caballos, y otro demonio desnudo, con un bastón en la mano derecha y una serpiente en la izquierda, está en el extremo derecho. En el lado izquierdo de la urna hay una diosa alada (Lasa) y en el derecho una figura con manto, tal vez el propio difunto preparado para el viaje final.